viernes, 31 de enero de 2014

II Samuel 12, 1-17. ¿Por qué entonces me has despreciado, haciendo lo que no me gusta?








Yavé envió al profeta Natán donde David. Natán entró donde el rey y le dijo: «En una ciudad había dos hombres; uno era rico y el otro, pobre.
El rico tenía muchas ovejas y bueyes; el pobre tenía sólo una ovejita que había comprado. La había criado personalmente y la ovejita había crecido junto a él y a sus hijos. Comía de su pan, bebía de su misma copa y dormía en su seno. El la amaba como a una hija.
Un día, el hombre rico recibió una visita y, no queriendo matar a ninguno de sus animales para atender al recién llegado, robó la oveja del pobre y se la preparó.»
Al oírlo, David se enojó muchísimo con el hombre rico y dijo a Natán: «¡Vive Yavé! El que hizo tal cosa merece la muerte;
pagará cuatro veces el precio de la ovejita, por haber actuado así sin ninguna compasión.»
Natán le respondió: «Tú eres ese hombre. Esto te dice Yavé, Dios de Israel: Yo te ungí rey de Israel y te libré de la mano de Saúl.
Te entregué la familia de tu señor y puse a tu disposición sus mujeres; te di poder sobre Judá e Israel; y por si fuera poco, te daría más todavía.
¿Por qué entonces me has despreciado, haciendo lo que no me gusta? Tú no sólo fuiste el causante de la muerte de Urías, el heteo, sino que, además, le quitaste su esposa. Sí, tú lo has asesinado por la espada de los amonitas.
Pues bien, ya que me has despreciado y te has apoderado de la esposa de Urías, jamás se apartará la espada de tu casa.
Así habla Yavé: «Haré que tu desgracia parta de tu misma casa. Tomaré tus esposas en tu presencia y se las daré a otro, que se acostará con ellas en pleno día.
Tú hiciste esto sin que nadie lo supiera, pero yo cumpliré esto que digo a la vista de todo Israel y a plena luz del día.»
David dijo a Natán: «Pequé contra Yavé.» Natán le respondió: «Yavé por su parte perdona tu pecado y no morirás.
Pero como ofendiste a Yavé en este asunto, el hijo que te nació morirá.»Dicho esto, Natán se marchó a su casa.
Yavé hizo que enfermara gravemente el niño que la mujer de Urías había dado a luz, y estuvo muy mal.
David rogó a Dios por el niño, ayunó rigurosamente y, cuando volvía a su casa, se acostaba en el suelo.
Los ancianos de su corte iban a rogarle que se levantara de ahí, pero él no les hacía caso y se negaba a comer con ellos.



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