martes, 21 de enero de 2014

I Samuel 17, 32-51. Yavé no necesita espada o lanza para dar la victoria, porque la suerte de la batalla está en sus manos!












David dijo a Saúl: «¡No hay por qué tenerle miedo a ése! Yo, tu servidor, iré a pelear con ese filisteo.»
Dijo Saúl: «No puedes pelear contra él, pues tú eres un jovencito y él es un hombre adiestrado para la guerra desde su juventud.»
David le respondió: «Cuando estaba guardando el rebaño de mi padre y venía un león o un oso y se llevaba una oveja del rebaño,
yo lo perseguía y lo golpeaba y se la arrancaba. Y si se volvía contra mí, lo tomaba de la quijada y lo golpeaba hasta matarlo. Yo he matado leones y osos; lo mismo haré con ese filisteo que ha insultado a los ejércitos del Dios vivo.»
Y añadió David: «Yavé, que me ha librado de las garras del león y del oso, me librará de las manos de este filisteo.»
Entonces Saúl dijo a David: «Vete y que Yavé sea contigo.»
Luego Saúl le puso su equipo de combate. Le dio un casco de bronce y una coraza.
Después, David se abrochó el cinturón con la espada por sobre la coraza, pero no pudo andar porque no estaba acostumbrado. Y se deshizo de todas estas cosas.
Tomó, en cambio, su bastón, escogió en el río cinco piedras lisas y las colocó en su bolsa de pastor. Luego avanzó hacia el filisteo con la honda en la mano.
El filisteo se acercó más y más a David, precedido por el que llevaba su escudo, y cuando lo vio lo despreció porque era un jovencito.
Y le dijo: «¿Crees que soy un perro para que vengas a amenazarme con un palo?
¡Que mis dioses te maldigan! ¡Ven a atacarme para poder así tirar tu cuerpo a las aves de rapiña y a las fieras salvajes!»
David, empero, le respondió: «Tú vienes a pelear conmigo armado de jabalina, lanza y espada; yo, en cambio, te ataco en nombre de Yavé, el Dios de los Ejércitos de Israel, a quien tú has desafiado.
Hoy te entregará Yavé en mis manos, te derribaré y te cortaré la cabeza. Y hoy mismo daré tu cadáver y los cadáveres del ejército filisteo a las aves de rapiña y a las fieras salvajes. Toda la tierra sabrá que hay un Dios en Israel, y sabrán todas estas gentes que Yavé no necesita espada o lanza para dar la victoria, porque la suerte de la batalla está en sus manos.»
Cuando el filisteo se lanzó contra David,
éste metió rápidamente su mano en la bolsa, sacó la piedra y se la tiró con la honda. La piedra alcanzó al filisteo, hundiéndosele en la frente. Este cayó de bruces al suelo.
David, entonces, corrió y se puso de pie encima de su cuerpo, tomó su espada y lo remató cortándole la cabeza. Los filisteos, al ver muerto a su campeón, huyeron.

Así, pues, sin otra arma que su honda y una piedra, David derrotó al filisteo y le quitó la vida.




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