viernes, 9 de junio de 2017

Tobias 13, 1-18. Bendito sea Dios, que vive y reina por todos los siglos, porque él azota y se compadece!














Tobit tomó la palabra y dijo:

¡Bendito sea Dios, que vive y reina por todos los siglos! Porque él azota y se compadece, hace bajar hasta el lugar de los muertos y saca de esa gran miseria. Nadie puede huir de su mano. 

Bendíganlo, hijos de Israel, porque, si bien los dispersó entre las naciones, ahora les ha demostrado su grandeza. Alábenlo ante todos los vivientes; porque él es nuestro Dios y Señor, y nuestro Padre para siempre. 

El nos castiga por nuestras maldades, pero luego nos perdonará y nos reunirá de entre todas las naciones en las que nos ha dispersado. 

Vuelven a él de todo corazón, y hagan todo lo que es verdadero ante él, y él volverá a ustedes y ya no les esconderá su rostro. 

Miren lo que ha hecho por ustedes y denle gracias en alta voz. Bendigan al Señor, el solo Justo, alaben al Rey de los siglos.

Yo en el país de mi destierro le daré gracias, y diré su poder y su grandeza a mi pueblo pecador. ¡Conviértanse, pecadores, y practiquen ante él la justicia, seguros de que él se mostrará misericordioso! 

Yo alabaré a mi Dios, Rey de los cielos, y mi alma radiante de alegría proclamará su grandeza.

¡Que todos en Jerusalén le den gracias! Jerusalén, ciudad santa. 

Dios te castigará por los pecados de tus hijos, mas de nuevo tendrá piedad de los hijos de los justos. Jerusalén, da gracias dignamente al Señor y alaba al Rey de los siglos para que de nuevo su Templo sea construido con alegría.

Que haga de ti de alegría a todos los desterrados y muestre su amor a todo miserable por todos los siglos de los siglos.

Pueblos numerosos vendrán de lejos para celebrar el Nombre del Señor Dios trayendo en sus manos obsequios para el Rey del cielo. Todas las generaciones en ti darán señales de alegría, y tu nombre será glorioso para siempre.

¡Malditos cuantos te odien, pero benditos para siempre los que te amen!

Entonces te alegrarás por los hijos de los justos, pues todos volverán a reunirse, para alabar al Señor de los siglos.

¡Dichosos los que te aman y se alegran de tu paz! Dichosos también los hombres que lloran tus calamidades, pues se alegrarán en ti al ver tu alegría completa y compartirán tu alegría para siempre. Bendice, alma mía, al Señor y gran Rey, porque Jerusalén va a ser de nuevo construida y la construirán con zafiros y esmeraldas. Tobantarán sus murallas con piedras preciosas, las torres y sus baluartes serán edificados con oro, las plazas de Jerusalén serán pavimentadas con rubí y piedras de Ofir; sus calles entonarán cantos de alegría, y dirán todos sus habitantes: ¡Aleluya! Bendito sea Dios que te glorificó para siempre." 

Marcos 12, 1-44. Dios no es un Dios de muertos!. Cuando resuciten de la muerte, ya no se casarán hombres y mujeres, sino que serán en el cielo como los ángeles!















"Jesús entonces les dirigió estas parábolas: «Un hombre plantó una viña, la rodeó de una cerca, cavó en ella un lagar y construyó una casa para el celador. La alquiló después a unos trabajadores y se marchó al extranjero.

A su debido tiempo envió a un sirviente para pedir a los viñadores la parte de los frutos que le correspondían.

Pero ellos lo tomaron, la apalearon y lo despacharon con las manos vacías.

Envió de nuevo a otro servidor, y a éste lo hirieron en la cabeza y lo insultaron.

Mandó a un tercero, y a éste lo mataron. Y envió a muchos otros, pero a unos los hirieron y a otros los mataron.

Todavía le quedaba uno: ése era su hijo muy querido. Lo mandó por último, pensando:«A mi hijo lo respetarán.» 

Pero los viñadores se dijeron entre sí: «Este es el heredero, la viña será para él; matémosle y así nos quedaremos con la propiedad.»

Tomaron al hijo, lo mataron y lo arrojaron fuera de la viña.

Ahora bien, ¿qué va a hacer el dueño de la viña? Vendrá, matará a esos trabajadores y entregará la viña a otros.»

Y Jesús añadió: «¿No han leído el pasaje de la Escritura que dice: La piedra que rechazaron los constructores, ha llegado a ser la piedra principal del edificio.

Esta es la obra del Señor, y nos dejó maravillados?»

Los jefes querían apresar a Jesús, pero tuvieron miedo al pueblo; habían entendido muy bien que la parábola se refería a ellos. Lo dejaron allí y se fueron.

Querían pillar a Jesús en algo que dijera. Con ese fin le enviaron algunos fariseos junto con partidarios de Herodes.

Y dijeron a Jesús: «Maestro, sabemos que eres sincero y que no te inquietas por los que te escuchan, sino que enseñas con franqueza el camino de Dios. Dinos, ¿es contrario a la Ley pagar el impuesto al César? ¿Tenemos que pagarlo o no?»

Pero Jesús vio su hipocresía y les dijo: «¿Por qué me ponen trampas? Tráiganme una moneda, que yo la vea.»

Le mostraron un denario, y Jesús les preguntó: «¿De quién es esta cara y lo que está escrito?» Ellos le respondieron: «Del César.»

Entonces Jesús les dijo: «Devuelvan al César las cosas del César, y a Dios lo que corresponde a Dios.» Jesús, pues, los dejó muy sorprendidos.

Entonces se presentaron algunos saduceos. Esta gente defiende que no hay resurrección de los muertos, y por eso le preguntaron:

«Maestro, según la ley de Moisés, si un hombre muere antes que su esposa sin tener hijos, su hermano debe casarse con la viuda para darle un hijo, que será el heredero del difunto.

Pues bien, había siete hermanos: el mayor se casó y murió sin tener hijos.

El segundo se casó con la viuda, y murió también sin dejar herederos, y así el tercero.

Y pasó lo mismo con los siete hermanos. Después de todos ellos murió también la mujer.

En el día de la resurrección, si han de resucitar, ¿de cuál de ellos será esposa? Pues los siete la tuvieron como esposa.» 

Jesús les contestó: «Ustedes están equivocados; a lo mejor no entienden la Escritura, y tampoco el poder de Dios.

Pues cuando resuciten de la muerte, ya no se casarán hombres y mujeres, sino que serán en el cielo como los ángeles.

Y en cuanto a saber si los muertos resucitan, ¿no han leído en el libro de Moisés, en el capítulo de la zarza, cómo Dios le dijo: Yo soy el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob?

Dios no es un Dios de muertos, sino de vivos. Ustedes están muy equivocados.»

Entonces se adelantó un maestro de la Ley. Había escuchado la discusión, y se quedaba admirado de cómo Jesús les había contestado. Entonces le preguntó: «¿Qué mandamiento es el primero de todos?»

Jesús le contestó: «El primer mandamiento es: Escucha, Israel: El Señor, nuestro Dios, es un único Señor.

Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu inteligencia y con todas tus fuerzas.

Y después viene este otro: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay ningún mandamiento más importante que éstos.»

El maestro de la Ley le contestó: «Has hablado muy bien, Maestro; tienes razón cuando dices que el Señor es único y que no hay otro fuera de él, y que amarlo con todo el corazón, con toda la inteligencia y con todas las fuerzas y amar al prójimo como a sí mismo vale más que todas las víctimas y sacrificios.»

Jesús vio que ésta era respuesta sabia y le dijo: «No estás lejos del Reino de Dios.» Y después de esto, nadie más se atrevió a hacerle nuevas preguntas.

Mientras Jesús enseñaba en el Templo, preguntó: «¿Por qué los maestros de la Ley dicen que el Mesías será el hijo de David?

Porque el mismo David dijo, hablando por el Espíritu Santo: Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi derecha hasta que ponga a tus enemigos debajo de tus pies.

Si David mismo lo llama «Señor», ¿cómo puede entonces ser hijo suyo?» Mucha gente acudía a Jesús y lo escuchaba con agrado.

En su enseñanza Jesús les decía también: «Cuídense de esos maestros de la Ley, a quienes les gusta pasear con sus amplias vestiduras, ser saludados en las plazas y ocupar asientos reservados en las sinagogas y en los banquetes; incluso devoran los bienes de las viudas, mientras se amparan detrás de largas oraciones. ¡Con qué severidad serán juzgados!»

Jesús se había sentado frente a las alcancías del Templo, y podía ver cómo la gente echaba dinero para el tesoro; pasaban ricos, y daban mucho.

Pero también se acercó una viuda pobre y echó dos moneditas de muy poco valor.

Jesús entonces llamó a sus discípulos y les dijo: «Yo les aseguro que esta viuda pobre ha dado más que todos los otros.

Pues todos han echado de lo que les sobraba, mientras ella ha dado desde su pobreza; no tenía más, y dio todos sus recursos.»" 

lunes, 15 de mayo de 2017

Paz en la Tormenta - Jesús Adrián Romero (letra)

Hechos 14. !!Es necesario que pasemos por muchas pruebas para entrar en el Reino de Dios!!














En Iconio ocurrió lo mismo. Pablo y Bernabé entraron en la sinagoga de los judíos y hablaron de tal manera que un gran número de judíos y griegos abrazaron la fe.

Pero entonces los judíos que se negaron a creer excitaron y envenenaron los ánimos de los paganos contra los hermanos. 

Con todo, permanecieron allí un buen número de días.

Predicaban sin miedo, confiados en el Señor, el que confirmaba este anuncio de su gracia con las señales milagrosas y los prodigios que les concedía realizar.

La población de la ciudad se dividió, unos a favor de los judíos y otros a favor de los apóstoles. 

Un grupo compuesto de paganos y judíos con sus jefes al frente, se preparó para ultrajar y apedrear a los apóstoles.

Ellos, al enterarse, huyeron a la provincia de Licaonia, a las ciudades de Listra, Derbe y alrededores, donde se quedaron evangelizando.

Había en Listra un hombre tullido, que se veía sentado y con los pies cruzados. Era inválido de nacimiento y nunca había podido caminar.

Un día, como escuchaba el discurso de Pablo, éste fijó en él su mirada y vio que aquel hombre tenía fe para ser sanado.

Le dijo entonces en voz alta: «Levántate y ponte derecho sobre tus pies.» 

El hombre se incorporó y empezó a caminar.

Al ver la gente lo que Pablo había hecho, comenzó a gritar en la lengua de Licaonia: «¡Los dioses han venido a nosotros en forma de hombres!» 

Según ellos, Bernabé era Zeus y Pablo Hermes, porque era el que hablaba.

Incluso el sacerdote del templo de Zeus que estaba fuera de la ciudad trajo hasta las puertas de la misma toros y guirnaldas y, de acuerdo con la gente, quiso ofrecerles un sacrificio.

Al escuchar esto, Bernabé y Pablo rasgaron sus vestidos para manifestar su indignación y se lanzaron en medio de la gente gritando: 
«Amigos, ¿qué hacen? Nosotros somos humanos y mortales como ustedes, y acabamos de decirles que deben abandonar estas cosas que no sirven y volverse al Dios vivo que hizo el cielo, la tierra, el mar y cuanto hay en ellos. 

El permitió en las generaciones pasadas que cada nación siguiera su propio camino, pero no por eso dejó de manifestarse, pues continuamente derrama sus beneficios. El es quien desde el cielo les da las lluvias, y los frutos a su tiempo, dando el alimento y llenando los corazones de alegría.» 

Aun con estas palabras, difícilmente consiguieron que el pueblo no les ofreciera un sacrificio, y que volvieran cada uno a su casa.

Se quedaron allí algún tiempo enseñando. Luego llegaron unos judíos de Antioquía e Iconio y hablaron con mucha seguridad, afirmando que no había nada de verdadero en aquella predicación, sino que todo era una mentira. Persuadieron a la gente a que les dieran la espalda y al final apedrearon a Pablo. Después lo arrastraron fuera de la ciudad, convencidos de que ya estaba muerto. 

Pero sus discípulos se juntaron en torno a él, y se levantó. Entró en la ciudad, y al día siguiente marchó con Bernabé para Derbe.

Después de haber evangelizado esa ciudad, donde hicieron muchos discípulos, regresaron de nuevo a Listra y de allí fueron a Iconio y Antioquía.

A su paso animaban a los discípulos y los invitaban a perseverar en la fe; les decían: "Es necesario que pasemos por muchas pruebas para entrar en el Reino de Dios.» 

En cada Iglesia designaban presbíteros y, después de orar y ayunar, los encomendaban al Señor en quien habían creído.

Atravesaron la provincia de Pisidia y llegaron a la de Panfilia.

Predicaron la Palabra en Perge y bajaron después a Atalía. 

Allí se embarcaron para volver a Antioquía, de donde habían partido encomendados a la gracia de Dios para la obra que acababan de realizar.

A su llegada reunieron a la Iglesia y les contaron todo lo que Dios había hecho por medio de ellos y cómo había abierto las puertas de la fe a los pueblos paganos.

Permanecieron allí bastante tiempo con los discípulos." 

martes, 25 de abril de 2017

Salmo 34. El Señor libra el alma de sus siervos, el que se ampara en él no tendrá que pagar!













Bendeciré al Señor en todo tiempo, no cesará mi boca de alabarlo. 

Mi alma se gloría en el Señor: que lo oigan los humildes y se alegren.

Engrandezcan conmigo al Señor y ensalcemos a una su nombre.

Busqué al Señor y me dio una respuesta y me libró de todos mis temores.

Mírenlo a él y serán iluminados y no tendrán más cara de frustrados. 

Este pobre gritó y el Señor lo escuchó, y lo salvó de todas sus angustias. 

El ángel del Señor hace sus rondas junto a los que le temen y los guarda.

Gusten y vean cuán bueno es el Señor ¡dichoso aquel que busca en él asilo! 

Teme al Señor, pueblo de los santos, pues nada les falta a los que le temen.

Los ricos se han quedado pobres y con hambre, pero a los que buscan al Señor nada les falta.

Vengan, hijos, y pónganme atención, quiero enseñarles el temor del Señor.

¿Cuál es el hombre que anhela vivir y desea gozar días felices? 

Guarda tu lengua del mal, tus labios de palabras mentirosas.

Apártate del mal y haz el bien, busca la paz y ponte a perseguirla.

Pero tiene puestos sus ojos en los justos y sus oídos pendientes de sus clamores.

El Señor aparta su cara de los malos y borra de la tierra su recuerdo.

En cuanto gritan, el Señor escucha, y los libra de todas sus angustias.

El Señor está cerca del corazón deshecho y salva a los de espíritu abatido.

Aunque el justo padezca muchos males, de todos los librará el Señor.

El cuida con afán todos sus huesos, no le será quebrado ni uno de ellos.

El malo morirá por su maldad y los que odian al justo, lo tendrán que pagar.

Pero el Señor libra el alma de sus siervos, el que se ampara en él no tendrá que pagar." 

miércoles, 12 de abril de 2017

1 Corintios 11. la cabeza de todo varón es Cristo, y la cabeza de la mujer es el varón, y la cabeza de Cristo es Dios!



Sigan mi ejemplo, como yo sigo el de Cristo.

Les alabo porque me son fieles en todo y conservan las tradiciones tal como yo se las he transmitido. 

Pero quiero recordarles que la cabeza de todo varón es Cristo, y la cabeza de la mujer es el varón, y la cabeza de Cristo es Dios. 

Si un varón ora o profetiza con la cabeza cubierta, deshonra su cabeza. 

En cambio, la mujer que ora o profetiza con la cabeza descubierta falta al respeto a su cabeza; sería igual si se cortase el pelo al rape. 

¿No quiere cubrirse el pelo? Que se lo corte al rape. ¿Que le da vergüenza andar con el pelo cortado al rape? Pues que se ponga el velo.

El varón no debe cubrirse la cabeza porque es imagen y reflejo de Dios, mientras que la mujer es reflejo del hombre. 

El varón no procede de la mujer, sino la mujer del varón; tampoco fue creado el varón con miras a la mujer, sino la mujer con miras al varón. 

La mujer, pues, debe llevar sobre la cabeza el signo de su dependencia; de lo contrario, ¿qué pensarían los ángeles?

Bien es verdad que en el Señor ya no se puede hablar del varón sin la mujer, ni de la mujer sin el varón, pues si Dios ha formado a la mujer del varón, éste a su vez nace de la mujer, y ambos vienen de Dios. 

Juzguen ustedes mismos: ¿les parece decente que la mujer ore a Dios con la cabeza descubierta? 

El sentido común nos enseña que es vergonzoso para el hombre hacerse un peinado, mientras que la mujer se siente orgullosa de su cabellera. Precisamente usa el peinado a modo de velo. 

De todas maneras, si alguien desea discutir, sepa que ésa no es nuestra costumbre, ni tampoco lo es en las Iglesias de Dios. 

Siguiendo con mis advertencias, no los puedo alabar por sus reuniones, pues son más para mal que para bien. 

En primer lugar, según me dicen, cuando se reúnen como Iglesia, se notan divisiones entre ustedes, y en parte lo creo. 

Incluso tendrá que haber partidos, para que así se vea con claridad con quién se puede contar. 

Ustedes, pues, se reúnen, pero ya no es comer la Cena del Señor, pues cada uno empieza sin más a comer su propia comida, y mientras uno pasa hambre, el otro se embriaga.

¿No tienen sus casas para comer y beber? ¿O es que desprecian a la Iglesia de Dios y quieren avergonzar a los que no tienen nada? ¿Qué les diré? ¿Tendré que aprobarlos? En esto no.

Yo he recibido del Señor lo que a mi vez les he transmitido. El Señor Jesús, la noche en que fue entregado, tomó pan y, después de dar gracias, lo partió diciendo: «Esto es mi cuerpo, que es entregado por ustedes; hagan esto en memoria mía.» 

De igual manera, tomando la copa, después de haber cenado, dijo: «Esta copa es la Nueva Alianza en mi sangre. Todas las veces que la beban háganlo en memoria mía.» 

Fíjense bien: cada vez que comen de este pan y beben de esta copa están proclamando la muerte del Señor hasta que venga. 

Por tanto, el que come el pan o bebe la copa del Señor indignamente peca contra el cuerpo y la sangre del Señor.

Cada uno, pues, examine su conciencia y luego podrá comer el pan y beber de la copa.

El que come y bebe indignamente, come y bebe su propia condenación por no reconocer el cuerpo. 

Y por esta razón varios de ustedes están enfermos y débiles y algunos han muerto. 

Si nos examináramos a nosotros mismos, no seríamos juzgados. 

Pero si el Señor nos juzga, nos corrige, para que no seamos condenados con este mundo.

En resumen, hermanos, cuando se reúnan para la Cena, espérense unos a otros; y si alguien tiene hambre, que coma en su casa. Pero no se reúnan para ponerse en mala situación. Lo demás ya lo dispondré cuando vaya."