lunes, 1 de julio de 2013

Salmo 25. A ti, Señor, elevo mi alma, a ti que eres mi Dios!


















A ti, Señor, elevo mi alma, a ti que eres mi Dios. En ti he confiado, que no quede avergonzado ni se rían de mí mis enemigos.

Los que esperan en ti no serán confundidos, pero sí lo serán quienes te mienten. 

Haz, Señor, que conozca tus caminos, muéstrame tus senderos. 

En tu verdad guía mis pasos, instruye me, tú que eres mi Dios y mi Salvador. Te estuve esperando todo el día, sé bueno conmigo y acuérdate de mí. 

Acuérdate que has sido compasivo y generoso desde toda la eternidad. 

No recuerdes las faltas ni los extravíos de mi juventud; pero acuérdate de mí según tu amor. 

El Señor es bueno y recto; por eso muestra el camino a los que han pecado. 

Dirige los pasos de los humildes, y muestra a los sencillos el camino. 

Amor y lealtad son todos sus caminos, para el que guarda su alianza y sus mandatos. 

¡Rinde honor a tu nombre, Señor, y perdona mi deuda, que es muy grande! 

En cuanto un hombre teme al Señor, él le enseña a escoger su camino. 

Su alma en la dicha morará, y sus hijos heredarán la tierra. 

El secreto del Señor es para quien lo teme, le da el conocimiento de su alianza. 

Mis ojos nunca se apartan del Señor, pues él saca mis pies de la trampa. 

Mírame y ten compasión de mí, que estoy solo y desvalido. 

Afloja lo que aprieta mi corazón y hazme salir de mis angustias. 

Contempla mi miseria y mi fatiga y quita me de encima todos mis pecados. 

Mira cuántos son mis enemigos y con qué odio violento me persiguen. 

Defiende mi vida, libra me: no quede confundido de haber confiado en ti. 

Integridad y rectitud me guardarán, en ti, Señor, he puesto mi confianza. 

Oh Dios, redime a Israel de todas sus angustias. 


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