jueves, 8 de mayo de 2014

Hechos 9, 1-20. Ama a tu prójimo como a ti mismo, pues no sabes si esa persona es para el señor un instrumento excepcional que llevará el Nombre del Señor a todas las naciones!



















Saulo no desistía de su rabia, proyectando violencias y muerte contra los discípulos del Señor. Se presentó al sumo sacerdote
y le pidió poderes escritos para las sinagogas de Damasco, pues quería detener a cuantos seguidores del Camino encontrara, hombres y mujeres, y llevarlos presos a Jerusalén.
Mientras iba de camino, ya cerca de Damasco, le envolvió de repente una luz que venía del cielo.
Cayó al suelo y oyó una voz que le decía: «Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?»
Preguntó él: «¿Quién eres tú, Señor?» Y él respondió: «Yo soy Jesús, a quien tú persigues.
Ahora levántate y entra en la ciudad. Allí se te dirá lo que tienes que hacer.»
Los hombres que lo acompañaban se habían quedado atónitos, pues oían hablar, pero no veían a nadie, y Saulo, al levantarse del suelo, no veía nada por más que abría los ojos. Lo tomaron de la mano y lo llevaron a Damasco.
Allí permaneció tres días sin comer ni beber, y estaba ciego.
Vivía en Damasco un discípulo llamado Ananías. El Señor lo llamó en una visión: «¡Ananías!» Respondió él: «Aquí estoy, Señor.»
Y el Señor le dijo: «Vete en seguida a la calle llamada Recta y pregunta en la casa de Judas por un hombre de Tarso llamado Saulo. Lo encontrarás rezando,  pues acaba de tener una visión en que un varón llamado Ananías entraba y le imponía las manos para que recobrara la vista.»
Ananías le respondió: «Señor, he oído a muchos hablar del daño que este hombre ha causado a tus santos en Jerusalén.
Y ahora está aquí con poderes del sumo sacerdote para llevar presos a todos los que invocan tu Nombre.»
El Señor le contestó: «Vete. Este hombre es para mí un instrumento excepcional, y llevará mi Nombre a las naciones paganas y a sus reyes, así como al pueblo de Israel.
Yo le mostraré todo lo que tendrá que sufrir por mi Nombre.»
Salió Ananías, entró en la casa y le impuso las manos diciendo: «Hermano Saulo, el Señor Jesús que se te apareció en el camino por donde venías, me ha enviado para que recobres la vista y quedes lleno del Espíritu Santo.»
Al instante se le cayeron de los ojos una especie de escamas y empezó a ver. Se levantó y fue bautizado.
Después comió y recobró las fuerzas. Saulo permaneció durante algunos días con los discípulos en Damasco,

y en seguida se fue por las sinagogas proclamando a Jesús como el Hijo de Dios.

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