domingo, 31 de enero de 2016

Marcos 5, 1-20. ¡No te metas conmigo, Jesús, Hijo del Dios Altísimo! Te ruego por Dios que no me atormentes!













Llegaron a la otra orilla del lago, que es la región de los gerasenos.

Apenas había bajado Jesús de la barca, un hombre vino a su encuentro, saliendo de entre los sepulcros, pues estaba poseído por un espíritu malo.

El hombre vivía entre los sepulcros, y nadie podía sujetarlo, ni siquiera con cadenas.

Varias veces lo habían amarrado con grillos y cadenas, pero él rompía las cadenas y hacía pedazos los grillos, y nadie lograba dominarlo.

Día y noche andaba por los cerros, entre los sepulcros, gritando y lastimándose con piedras.

Al divisar a Jesús, fue corriendo y se echó de rodillas a sus pies.

Entre gritos le decía: ¡No te metas conmigo, Jesús, Hijo del Dios Altísimo! Te ruego por Dios que no me atormentes.

Es que Jesús le había dicho: «Espíritu malo, sal de este hombre.»

Cuando Jesús le preguntó: ¿Cómo te llamas?, contestó: Me llamo Multitud, porque somos muchos.

Y rogaban insistentemente a Jesús que no los echara de aquella región.

Había allí una gran piara de cerdos comiendo al pie del cerro.

Los espíritus le rogaron: Envíanos a esa piara y déjanos entrar en los cerdos. Y Jesús se lo permitió.

Entonces los espíritus malos salieron del hombre y entraron en los cerdos; en un instante las piaras se arrojaron al agua desde lo alto del acantilado y todos los cerdos se ahogaron en el lago.

Los cuidadores de los cerdos huyeron y contaron lo ocurrido en la ciudad y por el campo, de modo que toda la gente fue a ver lo que había sucedido.

Se acercaron Jesús y vieron al hombre endemoniado, el que había estado en poder de la Multitud, sentado, vestido y en su sano juicio. Todos se asustaron.

Los testigos les contaron lo ocurrido al endemoniado y a los cerdos, y ellos rogaban a Jesús que se alejara de sus tierras.

Cuando Jesús subía a la barca, el hombre que había tenido el espíritu malo le pidió insistentemente que le permitiera irse con él.

Pero Jesús no se lo permitió, sino que le dijo: Vete a tu casa con los tuyos y cuéntales lo que el Señor ha hecho contigo y cómo ha tenido compasión de ti.

El hombre se fue y empezó a proclamar por la región de la Decápolis lo que Jesús había hecho con él; y todos quedaban admirados.

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