martes, 4 de febrero de 2014

Salmos 31. ¡Tú que eres justo, pon me a salvo!














A ti, Señor, me acojo, no quede yo nunca defraudado: ¡tú que eres justo, pon me a salvo!
Inclina tu oído hacia mí, date prisa en librarme. Sé para mí una roca de refugio, el recinto amurallado que me salve.
Porque tú eres mi roca y mi fortaleza; por tu nombre me guías y diriges.
Sácame de la red que me han tendido, porque eres tú mi refugio.
En tus manos encomiendo mi espíritu, y tú, Señor, Dios fiel, me librarás.
Aborreces a los que adoran ídolos vanos, pero yo confío en el Señor.
Gozaré y me alegraré de tu bondad porque has mirado mi aflicción y comprendido la angustia de mi alma; no me dejaste en manos del enemigo, me has hecho caminar a campo abierto.
Ten piedad de mí, Señor, pues estoy angustiado; mis ojos languidecen de tristeza.
Mi vida se consume en la aflicción y mis años entre gemidos; mi fuerza desfallece entre tanto dolor y mis huesos se deshacen.
Mi enemigo se alegra, mis vecinos se horrorizan, y se espantan de mí mis conocidos: si me ven en la calle, se alejan de mí.
Se olvidaron de mí, como de un muerto, soy como un objeto inservible.
Oigo los cuchicheos de la gente, y se asoma el terror por todas partes. Se unieron todos en mi contra, tramaron arrebatarme la vida.
Pero yo, Señor, confío en ti, yo dije: Tú eres mi Dios.
Mi porvenir está en tus manos, líbrame de los enemigos que me persiguen.
Que sobre tu servidor brille tu rostro, sálvame por tu amor.
A ti clamé, Señor, no sea confundido; confundidos sean los impíos, lánzalos a la mansión del silencio.
Enmudece los labios embusteros, que hablan insolencias contra el justo con orgullo y desprecio.
Qué bondad tan grande, Señor, es la que reservas para los que te temen. Se la brindas a los que en ti esperan, a la vista de los hijos de los hombres.
En secreto, junto a ti los escondes, lejos de las intrigas de los hombres; los mantienes ocultos en tu carpa, y los guardas de las querellas.
Bendito sea el Señor, su gracia hizo maravillas para mí: Mi corazón es como una ciudad fuerte.
Yo decía en mi desconcierto: "Me ha arrojado de su presencia". Pero tú oías la voz de mi plegaria cuando clamaba a ti.
Amen al Señor todos sus fieles, pues él guarda a los que le son leales, pero les devolverá el doble a los soberbios.

Fortalezcan su corazón, sean valientes, todos los que esperan en el Señor.



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