A ti te llamo, Señor, Roca mía, no te hagas el sordo; no sea que, si guardas silencio, me ocurra como a los que bajan a la tumba.
Escucha la voz de mi plegaria cuando a ti grito y elevo mis manos hacia tu Templo santo.
Junto con los malvados no me arrastres ni con los que cometen iniquidad, que hablan de paz a sus hermanos, pero llevan dentro la maldad.
Págales tú de acuerdo a sus obras y según la malicia de sus crímenes, dáles lo mismo que han hecho sus manos, págales como se lo merecen.
Ya que no miran las obras del Señor ni entienden lo que hacen sus manos, él los destruirá y no los rehará.
Bendito sea el Señor, que ha escuchado la voz de mi oración.
El Señor es mi fuerza y mi escudo, mi corazón confiaba en él, y me socorrió, por eso mi corazón se alegra y le canto agradecido.
El Señor es la fuerza de su pueblo, un refugio seguro para su ungido.
¡Salva a tu pueblo y bendice a los tuyos, pastoréalos y llévalos por siempre!
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