miércoles, 29 de enero de 2014

II Samuel 7, 18-29. ¿Quién soy yo, Señor Yavé, y qué es mi fami lia para que me hayas elevado tanto?
















Entonces vino el rey David y se instaló en presencia de Yavé y le dijo: «¿Quién soy yo, Señor Yavé, y qué es mi fami lia para que me hayas elevado tanto?
Pero esto te parecía todavía demasiado poco, Señor Yavé, y tú extiendes también tus promesas a mis descendientes para un futuro lejano. ¿Es así como actúan los hombres, Señor Yavé?
¿Qué más podría decirte David? Tú sabes bien quién es tu servidor, oh Señor Yavé, y por el mucho amor que le tienes has hecho estas cosas asombrosas que ahora le das a conocer. ¡Qué grande eres, Señor Yavé!
No hay nadie como tú ni hay Dios fuera de ti, como lo hemos aprendido con nuestros propios oídos.
¿Existe sobre la tierra un pueblo que sea como tu pueblo Israel, al cual viniste a rescatar para que fuera tu pueblo, y hacerlo famoso, realizando en su favor grandes y terribles cosas, y expulsando delante de él a naciones y dioses?
Tú has puesto y afirmado a tu pueblo Israel, para que sea siempre tu pueblo, y tú, Yavé, has llegado a ser su Dios.
Ahora, Señor Yavé, guarda siempre la promesa que has hecho a tu siervo y a su familia y actúa como tú lo has dicho.
Que tu nombre sea glorificado por siempre, y que todos di gan: «Yavé Sebaot es Dios en Israel.» La familia de tu servidor David estará firme ante ti,
pues tú, Yavé de los ejércitos, Dios de Israel, le ase guraste a tu servidor que no desaparecería su familia. Por eso, tu servidor se ha atrevido a di rigirte esta plegaria.

Sí, Señor Yavé, tú eres Dios y eres sincero al hacer esta hermosa promesa a tu servidor.
Ahora dígnate bendecir la familia de tu sier vo; que tu bendición acompañe siempre a mi fa milia, como tú, Señor Yavé, lo has dicho.»



No hay comentarios.:

Publicar un comentario