Inmediatamente Jesús obligó a sus discípulos a que subieran a la barca y lo fueran a esperar a Betsaida, en la otra orilla, mientras él despachaba a la gente.
Jesús despidió, pues, a la gente, y luego se fue al cerro a orar.
Al anochecer, la barca estaba en medio del lago y Jesús se había quedado solo en tierra.
Jesús vio que sus discípulos iban agotados de tanto remar, pues el viento les era contrario, y antes de que terminara la noche fue hacia ellos caminando sobre el mar, como si quisiera pasar de largo.
Al verlo caminar sobre el mar, creyeron que era un fantasma y se pusieron a gritar,
pues todos estaban asustados al verlo así. Pero Jesús les habló: «Animo, no teman, que soy yo.»
Y subió a la barca con ellos. De inmediato se calmó el viento, con lo cual quedaron muy asombrados.
Pues no habían entendido lo que había pasado con los panes, tenían la mente cerrada.
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