domingo, 28 de febrero de 2016

Salmo 42. ¿Qué te abate, alma mía; por qué gimes en mí?


















Como anhela la cierva estar junto al arroyo, así mi alma desea, Señor, estar contigo.

Sediento estoy de Dios, del Dios de vida; ¿cuándo iré a contemplar el rostro del Señor?

Lágrimas son mi pan de noche y día, cuando oigo que me dicen sin cesar: "¿Dónde quedó su Dios?"

Es un desahogo para mi alma, acordarme de aquel tiempo, en que iba con los nobles hasta la casa de Dios, entre vivas y cantos de la turba feliz.

¿Qué te abate, alma mía; ¿por qué gimes en mí? Pon tu confianza en Dios que aún le cantaré a mi Dios Salvador.

Mi alma está deprimida, por eso te recuerdo desde el Jordán y el Hermón a ti, humilde colina.

El eco de tus cascadas resuena en los abismos, tus torrentes y tus olas han pasado sobre mí.

Quiera Dios dar su gracia de día, y de noche a solas le cantaré, oraré al Dios de mi vida.

A Dios, mi Roca, le hablo: ¿Por qué me has olvidado? ¿Por qué debo andar triste, bajo la opresión del enemigo?

Mis adversarios me insultan y se me quiebran los huesos al oír que a cada rato me dicen: "¿Dónde quedó tu Dios?"

¿Qué te abate, alma mía; por qué gimes en mí? Pon tu confianza en Dios que aún le cantaré a mi Dios salvador.

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