viernes, 29 de noviembre de 2013

Romanos 10, 9-18. La Escritura ya lo dijo: El que cree en él no quedará defraudado!

 













Porque te salvarás si confiesas con tu boca que Jesús es Señor y crees en tu corazón que Dios lo resucitó de entre los muertos.
La fe del corazón te procura la verdadera rectitud, y tu boca, que lo proclama, te consigue la salvación.
La Escritura ya lo dijo: El que cree en él no quedará defraudado.
Así que no hay diferencia entre judío y griego; todos tienen el mismo Señor, que es muy generoso con todo el que lo invoca;
porque todo el que invoque el Nombre del Señor se salvará.
Pero ¿cómo invocarán al Señor sin haber creído en él? Y ¿cómo podrán creer si no han oído hablar de él? Y ¿cómo oirán si no hay quien lo proclame?
Y ¿cómo lo proclamarán si no son enviados? Como dice la Escritura: Qué bueno es ver los pasos de los que traen buenas noticias.
Pero es un hecho que no todos aceptaron la Buena Noticia, como decía Isaías: Señor, ¿quién nos ha escuchado y ha creído?
Así, pues, la fe nace de una proclamación, y lo que se proclama es el mensaje cristiano.
Me pregunto: ¿Será porque no oyeron? ¡Claro que oyeron! Esta voz resonó en toda la tierra, y sus palabras se oyeron hasta en el último rincón del mundo.



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