«¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre?»
Ellos dijeron:
«Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías; otros, que Jeremías o uno de los profetas.»
«Y vosotros ¿quién decís que soy yo?»
Simón Pedro contestó:
«Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo.»
Replicando Jesús le dijo:
«Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás, porque no te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Y yo a mi vez te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella. A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos.»
Entonces mandó a sus discípulos que no dijesen a nadie que él era el Cristo.
Desde entonces comenzó Jesús a manifestar a sus discípulos que él debía ir a Jerusalén y sufrir mucho de parte de los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, y ser matado y resucitar al tercer día.
Tomándole aparte Pedro, se puso a reprenderle diciendo:
«¡Lejos de ti, Señor!
¡De ningún modo te sucederá eso!»
Pero él, volviéndose, dijo a Pedro:
¡Quítate de mi vista, Satanás! ¡Escándalo eres para mí, porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres!
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