Aclamen a Dios en toda la tierra, canten salmos a su glorioso nombre, hagan alarde de sus alabanzas.
Digan a Dios: ¡Qué terribles son tus obras! Tu fuerza es tal que tus enemigos se convierten en tus aduladores.
Toda la tierra ante ti se inclina, te canta y celebra tu Nombre.
Vengan a ver las obras de Dios: sus milagros que a los hombres espantan.
Transforma el mar en tierra firme, por el río pasaron caminando; ¡Que para él sean nuestros festejos, para el Valiente, siempre vencedor!
Con sus ojos vigila a las naciones no sea que se alcen los rebeldes.
Bendigan, pueblos, a nuestro Dios, que se escuchen sus voces, que lo alaban,
porque él nos ha devuelto a la vida y no dejó que tropezaran nuestros pies.
¿Oh Dios, por qué nos examinaste y nos pusiste en el crisol como la plata?
Nos hiciste caer en la trampa y la angustia nos apretó el estómago.
Dejaste que un cualquiera cabalgara sobre nuestras cabezas, por el fuego y por el agua hemos pasado pero, al fin, nos has hecho respirar.
Llegaré hasta tu Casa con holocaustos, y te cumpliré mis votos,
que en mi angustia mis labios pronunciaron y ratificó mi boca.
Te ofreceré animales bien cebados, hacia ti subirá el humo de los corderos, te inmolaré bueyes y chivos.
Vengan a oírme los que temen a Dios, les contaré lo que hizo por mí.
Mi boca le gritaba alabanzas pues estaban debajo de mi lengua.
Si hubiere visto maldad en mi corazón, el Señor no me habría escuchado.
Pero Dios me escuchó y atendió a la voz de mi plegaria.
¡Bendito sea Dios, que no desvió mi súplica ni apartó de mi su amor!
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