Escucha, pastor de Israel, que guías a José como un rebaño, tú que te sientas en los querubines
resplandece delante de Efraín, Benjamín y Manasés. ¡Despierta tu valentía, ven y sálvanos!
¡Oh Dios, retómanos en tus manos, haz brillar tu faz y sálvanos!
¿Hasta cuándo, Señor, Dios de los ejércitos, vas a desconsiderar las oraciones de tu pueblo?
Le diste por comida un pan de lágrimas, han bebido sus lágrimas hasta saciarse.
Somos la presa que se arrebatan nuestros vecinos, y nuestros enemigos se burlan de nosotros.
¡Oh Dios de los ejércitos, restablécenos, haz brillar tu faz y sálvanos!
Tenías una viña que arrancaste de Egipto, para plantarla, expulsaste naciones.
Delante de ella despejaste el terreno, echó raíces y repletó el país.
De su sombra se cubrieron las montañas y de sus pámpanos, los cedros divinos.
Extendía sus sarmientos hasta el mar y sus brotes llegaban hasta el río.
¿Por qué has destrozado sus cercos? Cualquier transeúnte saca racimos, el jabalí de los bosques la devasta y los animales salvajes la devoran.
¡Oh Dios Sabaot, es hora de que regreses; mira de lo alto del cielo y contempla, visita esa viña y protégela, ya que tu derecha la plantó!
Los que le prendieron fuego como basura, que perezcan al reproche de tu mirada.
Que tu mano apoye al hombre que hace tus obras, al hijo de hombre que has hecho fuerte para ti.
Ya no nos apartaremos más de ti, nos harás revivir y tu nombre invocaremos.
¡Señor, Dios Sabaot, restablécenos, haz brillar tu faz y sálvanos!
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