Dios mío, Dios mío, ¿por qué me abandonaste? ¡Las palabras que lanzo no me salvan!
Mi Dios, de día llamo y no me atiendes, de noche, mas no encuentro mi reposo.
Tú, sin embargo, estás en el Santuario, de allí sube hasta ti la alabanza de Israel.
En ti nuestros padres esperaron, esperaban y tú los liberabas.
A ti clamaban y quedaban libres, su espera puesta en ti no fue fallida.
Mas yo soy un gusano y ya no un hombre, los hombres de mí tienen vergüenza y el pueblo me desprecia.
Todos los que me ven, de mí se burlan, hacen muecas y mueven la cabeza:
"¡Confía en el Señor, pues que lo libre, que lo salve si le tiene aprecio!"
Me has sacado del vientre de mi madre, me has confiado a sus pechos maternales.
Me entregaron a ti apenas nacido; tú eres mi Dios desde el seno materno.
No te alejes de mí, que la angustia está cerca, y no hay nadie que pueda ayudarme.
Me rodean novillos numerosos y me cercan los toros de Basán.
Amenazándome abren sus hocicos como leones que desgarran y rugen.
Yo soy como el arroyo que se escurre; todos mis huesos se han descoyuntado; mi corazón se ha vuelto como cera, dentro mis entrañas se derriten.
Mi garganta está seca como teja, y al paladar mi lengua está pegada: ya están para echarme a la sepultura.
Como perros de presa me rodean, me acorrala una banda de malvados. Han lastimado mis manos y mis pies.
Con tanto mirarme y observarme pudieron contar todos mis huesos.
Reparten entre sí mis vestiduras y mi túnica la tiran a la suerte.
Pero tú, Señor, no te quedes lejos; ¡fuerza mía, corre a socorrerme!
Libra tú de la espada mi alma, de las garras del can salva mi vida.
Sálvame de la boca del león, y de los cuernos del toro lo poco que soy.
Yo hablaré de tu Nombre a mis hermanos.
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