Entonces Pedro, con los Once a su lado, se puso de pie, alzó la voz y se dirigió a ellos diciendo: «Amigos judíos y todos los que se encuentran en Jerusalén, escúchenme, pues tengo algo que enseñarles.
No se les ocurra pensar que estamos borrachos, pues son apenas las nueve de la mañana, sino que se está cumpliendo lo que anunció el profeta Joel:
Escuchen lo que sucederá en los últimos días, dice Dios: derramaré mi Espíritu sobre cualesquiera que sean los mortales. Sus hijos e hijas profetizarán, los jóvenes tendrán visiones y los ancianos tendrán sueños proféticos.
En aquellos días derramaré mi Espíritu sobre mis siervos y mis siervas y ellos profetizarán.
Haré prodigios arriba en el cielo y señales milagrosas abajo en la tierra.
El sol se convertirá en tinieblas y la luna en sangre antes de que llegue el Día grande del Señor.
Y todo el que invoque el Nombre del Señor se salvará.
Israelitas, escuchen mis palabras: Dios acreditó entre ustedes a Jesús de Nazaret. Hizo que realizara entre ustedes milagros, prodigios y señales que ya conocen.
Ustedes, sin embargo, lo entregaron a los paganos para ser crucificado y morir en la cruz, y con esto se cumplió el plan que Dios tenía dispuesto.
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