Por segunda vez la palabra de Yavé llegó a Jonás y le dijo:
«Levántate, vete a Nínive, la gran ciudad, y anuncia lo que yo te diga.»
Se levantó Jonás y fue a Nínive, como se lo había ordenado Yavé. Nínive era una ciudad muy grande. Se necesitaban tres días para atravesarla.
Jonás entró en la ciudad e hizo un día de camino pregonando: «Dentro de cuarenta días Nínive será destruida.»
Los ninivitas creyeron en la advertencia de Dios y ordenaron un ayuno, y se vistieron de saco desde el mayor al menor.
La noticia llegó hasta el rey de Nínive, que se levantó de su trono, se quitó el manto, se vistió de saco y se sentó sobre cenizas.
Luego hizo publicar esta orden en Nínive: «Hombres y bestias no comerán ni beberán nada.
Que se vistan de saco y clamen a Dios insistentemente. Que cada uno se corrija de su mala conducta y de sus malas obras.
¿Quién sabe si Dios se arrepentirá y cesará su enojo, de manera que no nos haga morir?»
Al ver Dios lo que hacían y cómo se habían arrepentido de su mala conducta, se arrepintió él también y no los castigó como los había amenazado.
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